domingo, 9 de agosto de 2009

Final Fantasy VIII

Final Fantasy VIII representa para mí un juego que quizás trasciende más allá del puro ocio. La nostalgia me recorre una vez más con mucha fuerza cuando me pongo a jugarlo por enésima vez, aunque sólo sea un rato, y me llena de recuerdos increíbles que, pienso, ni siquiera me proporcionan los juegos más clásicos de los que he disfrutado. Ni las recreativas, ni la Neo-Geo, ni Super Mario, Donkey Kong, Metroid… incluso Zelda A Link to the Past, otro de mis grandes clásicos, queda ligeramente atrás comparado con FF8 a nivel de sensaciones.


La intro ya me pone la piel de gallina, es sólo ver esos segundos iniciales de las olas muriendo en la playa y un torrente de sentimientos me desborda. Me acuerdo de ver esa intro estando en el salón de casa con mi hermano pequeño y ambos alucinamos, quedando en mi memoria muy grabados esos segundos iniciales. Imposible de olvidar tampoco ese Liberi Fatali, el campo de flores, la pelea increíble entre esos dos tipos, la sangre recorriendo la cara de Squall…


El Jardín de Balamb trae de nuevo grandes momentos que alimentan mi nostalgia. Me doy cuenta de que han pasado casi 10 años desde aquella primera partida, desde aquella tarde inolvidable. ¡10 años! Resulta abrumador pensarlo, una década en la que han pasado muchas cosas en mi vida. Y yo quiero creer que no he cambiado pero es engañarme a mí mismo. Los videojuegos me siguen gustando pero no de la misma forma. Hay pasión, pero menos, y sobre todo hay nostalgia.


Es como sentir vértigo al pensar en todo este tiempo. Sé que por edad soy joven todavía pero me siento mayor. Además pertenezco inevitablemente a mi generación y no a la actual. Casi doblo en edad a algunos adolescentes que ahora viven con pasión la actual generación y les suenan a chino cosas como la era de las 16 bits, la NES, el spectrum… y por tanto no puedo sentirme identificado con ellos. Además la saga Final Fantasy ya va por la 13 ó 14 entrega y es que todo esto avanza muy rápido.


Por lo que recuerdo (aunque la memoria seguro me traiciona con algunas cosas) en aquel ya algo lejano 1999 Sony arrasaba con su PlayStation. La Saturn llevaba tiempo muerta, devorada por la psx, y Sega lo intentaba de nuevo con la entonces flamante Dreamcast que ofrecía lo máximo en gráficos, un sistema que terminaría hundiéndose y siendo la última consola de Sega. En cuanto a Nintendo sólo pudo ver cómo perdía el primer puesto sin poder evitarlo. Aguantó el tirón con Nintendo 64, y sobre todo sobreviendo gracias a las ventas de sus portátiles como la GameBoy Color que me parece por entonces salió a la venta. Nintendo 64, como decía, aguantó el tirón pero quedó muy lejos de PlayStation con sus brutales ventas.


En 1999 Alex Crivillé gana el mundial de 500cc siendo el primer y único español hasta ahora en ganar en la máxima categoría (ahora Moto GP), y yo lo viví. Lo mismo que viví ese año el comienzo de una temporada en La Liga de fútbol, la 99/00, en la que no podía imaginarme que terminaría al año siguiente con el Atlético de Madrid, mi equipo, bajando a segunda división.


1999 fue el año en el que se hablaba mucho del efecto 2000 pues lógicamente estaba a la vuelta de la esquina, y las navidades resultaban especiales. 2000 sonaba muy futurista y muy raro también, costaba acostumbrarse. Fue también el año en el que descubrí internet y empecé a enterarme qué era eso del e-mail, las webs, etc. Seguro que pasaron otras muchas de las que no me acuerdo.


En noviembre de 1999 fui a Carrefour (que entonces me parece que todavía era Pryca), y compré casi por azar el Final Fantasy VIII. Un juego que me dejó una huella imborrable. Termino el texto acordándome del Triple Triad, las cartas, su música tan característica, lo divertido que me resulta este minijuego… y, no es una frase hecha, dejo de escribir esbozando una sonrisa mezcla de nostalgia y satisfacción.


Yo he cambiado pero Final Fantasy VIII no y eso me alegra.

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